miércoles, 8 de octubre de 2014

María Margarita Jouve


Mi sangre ya está cansada, mis dedos ya no pueden sostener el nuevo lápiz de tinta que me ha mandado mi papá. Mi madre que está también cansada, ella de tanto trabajar, sólo puede ser avizorada por mi débil mirada a través de una pequeña ventanilla que una enfermera piadosa abre transgrediendo las reglas rigurosas de las monjas del hospital. Sé, con la conciencia que me dan mis diecisiete años que mucho tiempo más no podré resistir las  transfusiones de sangre que los médicos realizan a diario. No hay esperanza de cura para
 mi anemia perniciosa. Y cada día que pasa el efecto revitalizante es menor. No me dura la fuerza inyectada desde el exterior más que un par de horas, en las que puedo sentarme en la cama, bajar las piernas y moverlas, mientras trazo en la libreta las últimas páginas de un cuento que, espero, no quede inconcluso. Será para papá, a quien recuerdo buscando conmigo las palabras precisas para que la narración quede armoniosa y el argumento resulte interesante o fantástico al jurado del concurso literario. No he podido aún terminar de leer los cuentos de Calleja que obtuve como premio en el concurso del año pasado. Extraño a Juan, mi hermano tan responsable como no lo es papá, y a su juicio siempre justo que protesta por tener que buscar al viejo del boliche donde copas van copas vienen lo hacen parecer estar de juerga permanente, aunque sé que eso no es así.
         No quisiera tener que irme. Tengo tantas cosas que escribir todavía y me faltan fuerzas para hacerlo. Siento que las palabras que acuden a mi mente no tienen manos con vigor para trazar mi relato. Hago un importante esfuerzo cerebral para retenerlas hasta que encuentre un modo de registrarlas. La vista se me fija en mi madre con la potencia de un ruego que, todos saben, nadie puede cumplir en este mundo. Sus ojos celestes cielo se ofrecen como la única o última esperanza de amor en este momento en que las palabras se acolchonan en la mente y una sensación de sopor profunda mi inunda el cerebro, que parece desasirse y la difusa y lejana luz de la ventana atrae mi mente como un imán que con fuerza  va despegándola del cuerpo hasta dejarlo allí, en esa fría cama de hospital.


Fragmento de “Con ciencia de nada” - novela de María Margarita Jouve, Editorial Serapis, 2009

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