domingo, 5 de octubre de 2014

Sandra Gudiño


Júbilo

Esa mujer que me peina
del otro lado del espejo
se tragó el viento
silbador de silencios, 
condenó a la noche
a ordenarle sombras
desplegadas las alas.

Ave cantora, 

Aprendió a oír voces
de ansestros
susurrando desde
las piedras
e imitó con aullidos
lágrimas escondidas.

Ave solitaria. 

Rumbeó al norte
con el alma a media asta
de tanto decir
y heridas las huellas
olvidó el camino.

Tiempo de verso imperfecto
salpicándome las uñas.

La poesía se yergue
sobre orilla húmeda
de ojos oscuros:
"¡Albricias!"
Siempre hay lugar 
para una mirada más. 

Mujer desaparecida

Adverbio sin conjugar
en la cara del verdugo,
fuga la inocencia sin misericordia
por el pasillo de tu noche
y te contempla caída.

Bóveda de huesos abandonada
el olvido trepa por las venas secas
y de tu boca cae la sal
de una sola lágrima.
Descubres que es real 
lo que ya no existe. 

Rompecabezas sin piezas 
para armar.

La piedad sin ira en el bolsillo
alimentó tus últimas gotas
del tiempo a contraluz.

Vagamente
guardan tus pestañas
la causa de tu causa vacía. 
La libertad tiene sueño
En tu sueño dormido.

Poco queda de tí:
pelos, uñas,
Un recuerdo hecho sombra
en la sombra de tu aliento, 
hilachas de la piel, encanecidas, 
nostalgias del rostro extraviado
en el rostro de rodillas frente al espejo.
Libélula sin nombre, entumecida.

Nada, o casi,

Los ojos de los hijos de tus hijos
recorrerán las calles, 
buscándote.
Te reconocerás en el barro
de esa huella.

Señal.

Estigma de resurrección,
se alza desde la cadencia leve
de tus pasos alejándose
en la historia.

Poema del desgarro
al borde de mis labios.
Y tú sigues allí, esperando por ti.

de Desnuda, Lágrimas de Circe, 2014

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