sábado, 30 de mayo de 2015

María Rosa Lojo

Riguroso silencio 

Ella cantaba en riguroso silencio, cantaba en sueños envuelta en las palabras que los sueños prestaban como guantes oscuros.
Empezaba otra vez todas las noches la misma canción: los pasos torpes, los ojos dormidos, arrojada violenta, a contraviento, por la luz exterior.
Ella fuera de la luz del mundo, ella sin casa sólo con un guante para apretar gargantas de mudez. Ella sentada a la orilla de su canción, como el pescador sobre el agua vacía.

Estructura de las casas 

Dentro de un dedal había un salón de costura donde la abuela bordaba rosas cuando era una niña obligada a quedarse del revés de la luz para que no la distrajesen los ruidos del mundo.
Dentro de una foto del padre había un joven que regresaba a las montañas cruzando campos ardidos por la guerra, y había cuerpos acabados de fusilar pudriéndose en el fondo de las pupilas.
Detrás de un guante viejo había un hermano desaparecido, en un pastillero vacío acechaba la locura; sobre los platos cascados comía una familia sentada en torno de una mesa de roble; dentro de un cofre la madre guardaba cartas de pretendientes, y con las cartas esperanza y pobreza y plumas que avanzaban despacio sobre el papel rugoso de las vidas pasadas.
En tu historia había historias imposibles de limpiar y cuartos cerrados que no se abrirían nunca porque las estructuras de las casas son cajas chinas interminables y concéntricas y de la misma manera misteriosas.

de Esperan la mañana verde (1998)

La desapareciente 

A las mujeres que me educaron, de quienes Leónie Duquet, "desaparecida" hace veinte años, es hoy un símbolo. A las que siguen dando testimonio.

Donde las estrellas se quiebran como vidrio pulverizado, donde nada sino el idéntico relato del vacío que parte y vuelve sobre los trenes desvencijados de la tierra, allí te pusiste a levantar tu casa pieza por pieza como una miniatura de ladrillo para que jugaran con ella los inocentes, allí empezaste a cantar una canción que abría una puerta al cielo y otra del infierno para que salieran las almas de sus cárceles y se comunicaran tiniebla y transparencia.
Allí te pusiste a esperar para que algo sanara, para que algo creciera, para que algo viviera.
Ellos te decían que no: los que llevaban la materia más segura de las ciudades pegada a los zapatos y regresaban a los giros del mundo.
Te decían que no.
Te señalaban con cabezas distantes borraban la  memoria de tu casa entre calles de vértigo.
Pero esperabas, estabas esperando.
Y buscabas las trizas de la luz caída y regabas con ácido las cenizas de los muertos por injusticia.
Una noche te vieron disuelta los pasajeros.
Estabas en la tierra estabas en el aire, estabas en el agua estabas en el fuego.
Blanca te vieron en la ondulante claridad de todos los colores.
Pero te hundieron debajo de las ruedas.
Cerraron las ventanas y cerraron las puertas y cerraron los ojos.
Y les tendías los brazos desde lo impalpable pidiendo que lo que fue no hubiese sido, reclamando al poder miserable y a todos los poderes, y al que Es para siempre pero no puede pero no está salvo en los sueños de los hombres.
Y rezabas para que algo sanara para que algo creciera para que algo que viviera, para que el tiempo aprendiese a restañar y a retroceder.
Por el día de resurrección por el día de gloria por el día de cuerpos reconstruídos, arrojando tus rosas de ácido contra las puertas sordas de los trenes, tus rosas de ácido contra las puertas cerradas del paraíso.


de esperan la mañana verde (1998)

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