jueves, 24 de marzo de 2016

Luciana Mellado


sangre

La niña sangra y en hembra la transforman
y el juego se suspende sin pausa y sin aviso.
Despiertan sed sus nuevas humedades
y la arena es barro en sus manos aún torpes.
Los perros domésticos hociquean su sexo
intolerantes al disimulo de una sangre
que cambiará de color en cada parto.
Los ojos de la niña se espesaron
ya no ve ramos de transparencias en el aire.


Las niñas del espejo. Buenos Aires: Editorial Botella al Mar, 2006.

Los cuerpos de mis muertos

se fueron lejos
de mis ojos.
Padre nuestro, que se salve,
Ave María, que se salve,
que se salve, que se salve
y la resurrección de la carne
es una puerta cerrada
desde adentro.

VII

¿Ve aquel mundo de al lado
que huele a tomillo y laurel?
Lo ve. Mírelo.
Usted también.
¿Ve a la mujer de trenza larga
como hondura de cielo?
¿La ve?
Está sentada en un banquito
torciéndose las manos
con lanas y con hilos.
¿Y a la mujer callada
que curte cueros
para hacer quillangos?
¿La ve?
De zorro son, sí,
y de caracul.
¿Y a la niña muerta
con ojos de eclipse?
¿La ve?
Es tan bella y pequeña
como una mariposa azul.
¿Y aquella calle que atraviesa
la puerta, la ve?
Por esa calle se fue mi hija,
la mayor.

Aquí no vive nadie. Buenos Aires: El Suri porfiado, 2010.

1 comentario:

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