sábado, 19 de mayo de 2018

Daniel Gonzalez Rebolledo - Poemas orilleros




Así puro él
en otoño
deshojándose
en esa hoja blanca
que nunca completa
en busca del abrigo
cuerpo a cuerpo
el reencuentro
atento
al filo de una sombra
a tanto cielo
de una noche
muchas veces otra.
y al fin así
como salvaje animal
vaga en la tormenta
de los sentidos
y transido
transitado
el oscuro vuelo del olvido
de todo aquello que no se cobijó
como destino de la infancia
en otro cuerpo.
Así sueña
así erra
el duende de Chacra Finisterre
de voz costera cuando atardece
mientras que el río llama
a la gran quema de cielos rojos.
Así recrea a su sombra

Fragmento del poema que Orlando Valdez, poeta santafesino, le dedica a poemas orilleros, ediciones minibus 2017

Daniel Gonzalez Rebolledo, según él mismo, es un tipo que escribe y vive en el campo, elegida soledad. Escribe porque no encuentra otro modo de ser libre, ser de la orilla y orillar la palabra. Ha publicado en Poesía, Cuento, Novela y Texto Dramático, con algunos premios importantes en los distintos géneros literarios y ha sido incluido en antologías de cuento y poesía en diversas ediciones. Profesor de Matemática y Cosmografía y Magister en Metodología de la Investigación de la Universidad Nacional de Entre Ríos.

A pesar de su título y por él, “poemas orilleros”, es un libro que deja  todo el tiempo las orillas para internarse en lo profundo, Cuando Daniel habla de la orilla, lo hace desde dos lugares, uno es que como ya lo define él mismo, escribe porque no encuentra otro modo de ser libre, ser de la orilla y orillar la palabra. Pero también él habla todo el tiempo de la orilla que se abisma.

Desde la dedicatoria Daniel me advierte que el libro es un viaje. dice: por ese viaje hacia la luz. Y desde allí,  lo sentí integrado  al  poemario y al lector. no se puede estar leyendo a Daniel sin ver que él está ahí con uno y con lo que dice, con el compromiso con su palabra.  Resalto mucho este aspecto, Quiero decir que él está conciente de  ese viaje hacia la luz, y viaja por el amor.

Lo hace desde un lenguaje, donde no se guarda nada,  comparte verdaderamente lo que  escribe. Hay desnudez y hay coraje para decirlo.Y ésto también lo destaco. No es frecuente.  Lo hace  en un  vuelo suave, amable, así va nombrando infinita cantidad de partidas, cada partida deriva en una nueva soledad y genera paralelamente un nuevo encuentro, el proceso que lo lleva, me recuerda al de la muerte y regeneración de las células, en una integración también con lo vital: el Ave Fénix-

Así comienza este viaje, dice "Dejarme ir por ese dulce manto de la lluvia", la lluvia, en esa suerte de dicotomía, unas veces despeja el camino y otras se presenta como depredadora, dice: lo intuíste, sin embargo, y lo sentí/en un fugaz destello de entretiempos/en que la lluvia nos unió/para el olvido.

La palabra es suave, sin altisonancias, las vivencias en cambio son fuertes, Acepta los extremos del amor, las contradicciones del amor, los fueros y desafueros. cito: Estulticia es mi vida por quererte, dice y continúa: un vínculo de astillas en el viento/contra el sereno estanque del durmiente."

Como hombre de las tierras de Juanele, no podía faltar el vínculo
“Iluminando el misterio del paisaje/ como Li Po bebiéndose la luna/te busco en el parque y en el agua/que fluye tan eterna en tu mensaje”.
"esa abismada orilla de Juanele (...) que no es muerte si no tránsito/tránsito cíclico y puro del recuerdo ¿hasta dónde se abisma la orilla, Juan? (...) dónde se abisma la orilla, Juan/ que no nos larga"

El viaje se ilumina con el regreso de los padres, y acá podemos ver la diferencia del amor materno al del amor paterno, no sólo de los padres hacia él, si no también de él hacia los padres, lo que le dan sus padres, lo que él ve que le dan sus padres. La madre es la que canta, el padre, el que guarda silencio. Y él recuerda a los dos en esa entrega del amor:
"al filo de la siesta reverberan los sueños/ y entonces madre canta la nana del regreso (...) la nana es un asomo de vuelos contra vientos"
"Cuando veas a tu padre/ensimismado/Atardecido bronce/viendo lejos. Te está pensando"

la presencia del río atraviesa su existencia toda: "soy tan solo/una fuga del tiempo/en correntada"
"no podré irme jamás de este paisaje/soy este manso río que desgaja/las nubes hacia el cielo/más perfecto del agua"

Y en todo este sortilegio, el vino es un manto, una piedad: "Pepe no olvidés la damajuana (...) el vino hace menos negras/ las noches de esta milonga"

Reconoce la soledad, y además habla de una soledad elegida, pero en esa integración de la que les hablaba al principio,  intuye presencias, no fantasmales, si no de monstruos que han dejado su marca en el paisaje y en él:  "sólo estoy, más no estoy sólo, la negra vaca del aire/me lame con rumor suave los endriagos de la carne/y las voces de cristal/suben del agua en su cauce. ¿Qué antiguos hombres dejaron/su huella en los arenales?/qué remotas ninfas cantan? / cuáles duendes por los sauces?. Lo que lo lleva a preguntarse: ¿cuantos hombres he sido? ¿quién me trajo el saber/el amor/el hermano?

DESTELLOS

Dejarme ir
por ese dulce manto de la lluvia
hasta donde se entraba en tu mirada.
Tornasol, tornavida, tornaespera
de mujer
que se detiene y mira
con el fragor antiguo de la especie.

En un recorte único del gesto
tu cara se levanta y se moja
con gravidez de fuente
y escurres graciosamente
el pelo con la mano…

Abres paraguas, sonrisa y el camino.
Sin asomo de duda
tus tacos por mojados adoquines
se van yendo.

Lo intuiste, sin embargo, y lo sentí
en un fugaz destello de entretiempos
en que la lluvia nos unió
para el olvido.

ANDO POBRE, PEPE.

Ando pobre, Pepe.
Traé tabaco del fuerte
que pitando uno se olvida
las penas que el viento vuelve.

Si no venís estos días
acordate que la costa
el rancho y la isla entera
se mezquinan esta sombra,
que de tanto andar galguiando
soy de huesos una bolsa.

Pepe, no olvidés la damajuana
que es muy dueña de estar sola.
En cuanto puedas venirte
llenate una o dos, panzonas.
El vino hace menos negras
las noches de esta milonga.

Te espera el pique de siempre
y mi amistad de canoa.

POR LA ORILLA DE LA TARDE

El sol y el viento me encelan
de primavera la sangre.
El tiempo de este silencio
desde mis ojos se cae
y me voy, arena, arena,
por la orilla de la tarde.

Solo estoy, más no estoy solo,
la negra vaca del aire
me lame con rumor suave
los endriagos de la carne
y las voces de cristal
suben del agua en su cauce.

¿Qué antiguos hombres dejaron
su huella en los arenales?
¿Qué remotas ninfas cantan?
¿Cuáles duendes por los sauces?
¿Qué alegoría tremenda se esconde en los pajonales
para que violente el tero con sus gritos al desgaire?

Entre mundos paralelos
flota mi espíritu de ave.
¿Qué ronco furor de sueños
estremece las edades
mientras el viento y el sol
se encabritan en mi sangre?

de Poemas orilleros, ediciones Minibus 2017


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