lunes, 15 de octubre de 2018

Marcelo Rizzi


las palabras se descifran entre ellas
y nosotros no hacemos otra cosa
que esperar; ponen por un instante
en suspenso lo intangible del mundo:
por ejemplo cuando un niño observa
caer por primera vez las estrellas
y da acierto al conceder al juguete
un enigma más real

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por ejemplo ese que asciende
con cien morrales y que prefiere
ser evocado así: evitar nombrar
la magnitud de los presagios,
que nadie sepa nunca lo que
un cuerpo supo dar hasta dejar
la carga allá arriba en la montaña;
algo desde el fondo de los cielos
recordará que el tiempo fue una
vez usura y ofrenda, desconocida
y ceniza esa mano de quien lo donó,
como un legado piadoso sin forma
exacta ni espesor

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el anzuelo seguirá cual semidios
oculto en la carnada; todo ser
que se define en el hacer regresa
algún día por la puerta de atrás
o por la ventana; a menudo se
guarda un luto de apenas unas horas,
horas en que el reflejo es un regalo
distraído del objeto en acuerdo
con la luz

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ya habrá un momento real
en que cada objeto vuelva
en sí y construya su propia
ficción de materia palpable;
se convertirá al fin uno con ellos
en experto reconocedor del lugar;
se piensa en un cero absoluto
al dejar la cabeza caer sobre
la almohada; hay en todo sueño,
junto a un estricto plan de usos
y costumbres, un secreto de
rabdomante, un anhelo de zahorí

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de estar allí, entre lo que se niega y se afirma,
no padeceríamos ese destierro que hace de la casa
un país inmemorial; el enigma pide en silencio
no ser descifrado, el hombre busca en su bestia
un mito creador, como el que va solícito del vino
a la presa, o el que fabrica escudos de viento
creyendo que son de metal 

Marcelo Rizzi (seleccón de material inédito por el autor para un caos lúcido)

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