Una palabra que empieza con A
Esos que de noche ven demasiado con el oído: los asustados
Esos que por órdenes, por fracasos, por hastío, agachan 
la cabeza cada vez más, y uno se pregunta ¿querrán 
morderse el corazón? 
Esos que pueden vivir sin mí del mismo modo que yo 
(a veces) no puedo vivir sin sus muertes 
Esos que se acuestan con una servilleta al cuello para soñar
con la Primera Cena: los desmigajados, los convidados a
nunca
Esos que mudan los paquetes de la sangre a un carro y se
golpean los huesos con las coces de un caballo, para que
arren 
Esos que llevan los roperos al mar y regresan desnudos: los 
ilusos vírgenes 
Esos que no pueden dormir porque al despertar oyen relojes 
atrasados: tic-crac tic-crac 
Esos que miran caer los contoneos de una hoja de otoño 
y piensan en la devoradora tristeza antes que en
los  
bosques del amor 
Esos que leyeron el poema de Eluard, juzgaron que faltaba 
oscuridad de aljibe o chillido de desesperación allí, y 
se ponen a nombrar la libertad con un dedo de fuego 
sobre una mole de hielo 
Esos que han gastado su último manjar de tabaco y elaboran 
sus propios humos con polvo de diente rechinado 
Esos que a pedacitos se cortan las arrugas con tijeras
porque han visto su respiración perder velocidad 
en los azotes del espejo 
Esos que cierran las ventanas temerosos de morir ahogados 
por el polvo que levantan las banderas cuando soplan 
en las calles, y después, arrepentidos, se muerden 
las lágrimas 
Esos que dan sus puños solo frente a un momólogo, pero 
secretamente cuentan los abrazos que guardan 
Esos que no sobornan a la poesía para que cante como un 
fantasma de oro, sino que la sumergen en lava para que 
explote y aturda con sus silencios al reino de los 
sordos; los mismos que la llevan a que espante a las
fieras congregadas en las fiestas dominicales y asalte 
los candados que guardan a la inhallable mujer de Dios 
Esos que se echan a vivir, sin equipaje, en andenes 
desolados, para saber si después del último tren, bajo 
la noche lustrada por las viejas y empecinadas
estrellas, 
volverá a pasar la lluvia con sus latidos de añorado 
corazón: los melancólicos, los del hollín en un ojo, 
los boquiabiertos que tejen la paciencia con sus barbas 
Esos que bañan sus lenguas en jugos de pólvora y las 
caricias en océanos de lija, y luego salen a cortejar 
a la muerte, a demorarla 
En fin, los trapecistas que hacen reir a los pájaros, 
los suicidas que mueren centenarios en la cama 
Para ellos los tesoros 
desenterrados por los locos que cavan en el aire, 
mi almohada de cuero de mortero que hace de pesadillas 
polvo, y en especial una palabra que empieza con A.