IV
Esta mañana, somos iguales
extranjeros
y americanos
esperamos la misma revelación
hombres y mujeres 
buscando en la atmósfera
energías que ya no da la tierra.
Todos juntos, promiscuos
y apunados 
por desear la altura del tiempo.
Niños que aún creen 
que saltando llegarán a Dios.
VII
Vienes a pedirles paz
peregrino entre peregrinos. 
Todos traemos un olor
lo arrojamos al vacío
y rogamos a ellos
que se acerquen
a olfatear nuestra cáscara
indolente.
Que ronden y ronden
estos despojos
que nos saquen la piel
y la destrocen
de una vez
que nos dejen también
sobrevolar 
nuestra muerte
que se lleven las ampollas
y nos dejen los caminos.
            La
memoria es carroña
            si
el que vuela más alto es un buitre.
XVI
Prueba a fijar tus ojos 
en los suyos
los cóndores pactaron 
un armisticio con el tiempo
en cambio, tú
que siempre estás en guerra
            cierras
y abres
            abres
y cierras
            tus
párpados
señal que temes haber muerto.
Parte 2
VII
Lo primero que se llevan
es el corazón
abren al muerto
y le quitan lo que siente
para que olvide
para olvidar también.
Después
lentamente
durante horas
comen
sólo las entrañas
dejando el resto
para el hambre de otro animal.
Carroña y carroñero
una misma sustancia
nutriendo con ausencia 
sus corazones mordidos.
En próximas vidas
en futuros paraísos
se extinguirán los cuerpos,
y la única materia
la única carne
será el viento.
I
Hubo un plan
meticuloso
preciso
para amputarle el cielo
a los cóndores jóvenes
escuadrones de la muerte 
a toda velocidad
cortajeaban el aire
con tijeras del tamaño de un cuerpo
pájaros dormidos que iban a morir al mar
y en los Andes
ni se enteraban 
los viejos pájaros
que sus crías eran blancos de muerte en las ciudades
y que el mar se tragaba sus cadáveres vivos
seguían su rutina 
anidando rocas perennes
daban de comer a sus bocas codiciosas
el fuego que duerme en los volcanes.
En los países del sur
en sus páramos celestes 
bandadas de cóndores 
furiosos como rayos
llegaban tarde
desapareciendo
a los ojos de los dioses.
Crías del sol 
traicionadas 
por la sombra del sol.
EPÍLOGO DEL CLARIVIDENTE
¿Te diste cuenta
que la estela que deja el cóndor
es más blanca 
que la de los aviones
perseguidos por la distancia?
¿Te diste cuenta
que siempre detrás tuyo
va tu viaje?
Triste de verte sobre el suelo
aferrado a tus opciones
pendiente de los límites físicos
como si no pudieras 
igual que el cosmos
reventar
y nacer roca
para que te rocen aunque sea, te rocen sus alas
y en el roce aprendas a perder tu cuerpo
y goces del ritmo 
y gimas 
cuando entres a ese instante.
¿Te das cuenta?
Era sólo cuestión de enamorarte 
                      antes del estallido
            y después cerrar los ojos.
de Cóndor, Alción Editora

¡Qué placer leerte!
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