Conservo ésta página desde hace mucho tiempo. La fotocopia
amarillenta no me dice el título, el único dato que aporta es: Exclusivo para
Clarín, Buenos Aires, 1989. Pero me apenaba no traerlo. Les dejo aquí:
- 1 -
Se ha vuelto peligroso el goce puro. Elogiar el instante es
alabar la fuga
sin sentido de todo lo viviente. No se puede retener su
belleza,
su escándalo, ni beber sin castigo de pozos de dolor. Hoy se
sostiene
apenas por un gesto de orgullo o de ceguera, de la
repetición de la
palabra en sombra, de tanta vida sin vivir.
El cuerpo que escapó del naufragio no sirve para el rito.
Las plegarias
se unen y piden pan. Lloramos a los muertos que nunca
conocimos
y a los propios que parecen rendirse en las llamas del alba.
Ellos nos muestran desde un vidrio opaco sus rezos y los
frutos
de la desolación. ¿A qué reglas acuden cuando se escapan de
la piel,
quién trama todavía leyes para la tierra?
- 2 -
Nada tengo que ver con el deseo de los que me engendraron,
la semilla
suntuosa o miserable y el vientre que buscaba llenar una
oquedad.
Tal vez yo no responda a los sueños confusos de aquel amor o
su
avidez por una permanencia que tan solo se roza en los
comienzos.
¿Quién eligió su tierra el cuarto para el primer sollozo,
los brazos,
cuna o cárcel para espiar el mundo? Triste momento es la
creencia
de poseer el ámbito, sentirse como el fruto de un conocido
tronco
y no saber cómo habitar el diálogo que se crea en las ramas
con el
cielo, los pájaros o las figuras que desde el sol le nacen
al rocío.
- 3 -
Alumbrémonos.
Perduro en la oración sellada. Iluminemos la tiniebla que
nos marca
los límites; hablemos del dolor como de un manto que a todos
nos encierra, hablemos del amor como la luz que pocos
alcanzamos.
Alumbrémonos.
¿Cuántas maneras de morir o de amar habremos de vivir,
cuántas veces
deberemos partir con el alma enfriada con tanta cercanía,
por una
sed de posesión que al fin no es más que soledad, el espejo
más
próximo que nos borra la vista y paraliza nuestros pasos
hacia
el único destino?
No pronunciemos cosas que pertenecen al silencio. Todo
discurso es un
saber helado y ya no corresponde al corazón. Pero el adiós
no es
cierto y tampoco la casa que se inventó nuestra orfandad.
Seguimos
balbuceando mientras alguien nos cuenta desde lejos asuntos
de su
vida marcada por la niebla o una lluvia de invierno, un sol
remoto.
Alumbrémonos.
Cumpliremos el capricho de Dios, que sólo es un capricho
cuando ya nadie
entiende su sabia voluntad secreta.
gracias desconocía a Elizabeth Azcona Cronwell
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