La hora estaba ahí, como alusión, como promesa.
El momento inasible, la hora incierta,
que anunciaba el derrumbe de los trajes,
el ocaso de cascos y jinetes.
El tiempo transcurría bajo un cielo difuso,
y esa hora
no llegaba a instalarse entre nosotros.
Pero a tientas nosotros esperábamos.
Cada día esperábamos,
cada brizna de polvo,
cada oscura gaviota,
cada insomnio.
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