viernes, 25 de febrero de 2011

Alejandro Agresti

...De camino al teatro me siguió un perro, alemán por supuesto y esta vez ovejero. Recién entonces me percaté de la cantidad de perros abandonados
sobre las calles de Arroyito. Daban vueltas aturdidos de tristeza, entre el
estrecho destino de esos ladrillos salpicados en la nada. Se les notaba
mareados por falta de caricias. Fantasmas jubilados de cuatro patas,
aunque ese que me tocó en suerte parecía bastante cachorro, dos o tres años y demasiado limpito para ser vagabundo. Los pelos más claros eran color miel, brillaban con su propia luz ya que el sol se mandó a mudar y el frío se levntó de golpe para burlarse del supuesto verano
Más allá de su raza, ese era un perro bien argentino y se le notaba con
ganas. Aparte de dulce y algo distraído, su mirada sintonizaba con la mía
en una especie de reconfortante complicidad. Un mismo desamparo y
signo de pregunta. Nadie nos miraba y decidí hablarle, arruinar por un rato lo que siempre admiré de los perros: la astucia de pensar sin palabras.
Cada palabra intenta ser un comienzo pero no es más que un hachazo
final, alientan a dejar de pensar. Las palabras etiquetan y paralizan el más allá de todo juicio novedoso y propio...



...me hizo pensar en todo el tiempo que malgastmos al competir con lo que ya sabemos pero nos morimos por aplastar contra la cara del otro para que nos admire. ¿No es mejor compartir la ignorancia? ¿Porqué no juntarse y hablar de lo desconocido en vez de repetir vanidosmente lo aprendido? De hacer eso no existirían guerras como la que mató a mi pobrecito. Entenderíamos lo mucho que nos necesitamos y lo poco que hace falta tanta fábrica de verdad absoluta...

de Eva Braun de Arroyito
2010 Alejandro Agresti
Grupo Editorial Planeta

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