No sabré cuándo fue el inicio de los seres.
Acaso quedará en el misterio
la primera muerte
el hallazgo de los huesos
sepultados en las cavernas milenarias.
No sabré el final del tiempo.
Las sibilas predijeron
sus terroríficas visiones,
la purificación por
el fuego.
Los anacoretas nos dieron un rayo de esperanza.
Orfeo nos cantó en
sus himnos las reminiscencias de ese mundo arcaico:
los sueños de los dioses.
Nada sabré sobre la
inutilidad o la utilidad del ser humano
en su búsqueda del amor.
Yo sólo sé que estaré en el sendero que lleva a la eternidad.
Y allí mi espíritu
se transformará.
Sin culpa.
Sin
pecado.
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