Kühne: Se habla de una historia de amor.
Zimmer: Créame. No es así, en absoluto. Una vez cumplidos
los treinta, el amor ya no
trastorna la cabeza. La causa de todo es su manía de saber y
no la dama de Frankfurt. ¿Me mira usted con asombro? Ustedes, los de ahí abajo, tienen una
idea equivocada de nosotros los suavos. Ustedes creen que no nos volvemos razonables antes
de los cuarenta años. Pues bien, no; todo lo contrario. No hay suavo al que el amor le haga
perder la razón una vez que tiene treinta años a la espalda...
Hay que tomarle como a un niño y entonces es dulce y
amable... En tiempos yo le llevaba a
los viñedos. Me jugó toda clase de malas pasadas. En la
actualidad se pasea solamente por el jardín. Se levanta con el sol. No puede soportar quedarse en
casa y se va a pasear al jardín. Golpea el vallado, coge hierbas y flores, hace ramilletes y
después los destroza.
Kühne: Los poetas alemanes no hacen otra cosa en toda su
vida. Ninguno de ellos lo ha
hecho mejor.
Zimmer: Todo el día está hablando en voz alta, haciéndose
preguntas y respondiéndose —
todo el tiempo—, y sus respuestas rara vez son afirmativas.
Tiene un fuerte espíritu de
negación.
Kühne: Es la suerte que nos espera a todos cuando
envejezcamos.
Zimmer: Cuando está cansado de haber andado se retira a su
cuarto, declama al vacío con la ventana abierta, no sabe cómo desembarazarse de su gran
saber. A veces se sienta a su espineta y toca durante cuatro horas sin cesar, como si quisiera
hacer salir hasta la última brizna de su saber. Y siempre el mismo tono monótono, la misma cantilena,
que uno ya no sabe dónde meterse en toda la casa. Tengo que dominarme con todas mis fuerzas
para que no me estalle la cabeza. Pero por otra parte a menudo toca muy bien. Lo único
molesto es el ruido de sus uñas demasiado largas. Es toda una batalla cortárselas... Cuando
aún vivía su madre, le reprendí y le dije que estaba muy mal por su parte no pensar más en ella;
y entonces reaccionó y le escribió una carta. Sus cartas eran completamente claras y como es
debido, como escribiríamos usted y
yo: «¿Cómo te va, querida mamá?» y todo lo demás. Es verdad
que una vez terminaba su carta diciendo: «Adiós, tengo estremecimientos, siento que debo
terminar».
Kühne: ¿Aún escribe versos?
Zimmer: Casi todo el día...
Voy a advertirle una cosa. Usted habrá oído hablar de su
hábito de otorgar títulos a todos los extraños que se le acercan. Es su modo de mantener a la
gente a distancia. No hay que
confundirse, es un hombre libre a quien no le gusta que le
pisen. Siempre está repitiendo:
«Nada ha de sucederme». Cuando empieza a estar harto y
quiere irse, es suficiente que se le diga: «Quédese usted un poco más con nosotros, señor
Bibliotecario». Puede usted estar seguro de que cogerá su sombrero, se inclinará profundamente y
responderá: «Su Majestad ha ordenado que me vaya». De esta forma da a la gente lo que pueda desear,
permaneciendo él libre.
Mire, cuando abruma a alguien con tantos títulos, es su modo
de decir: «Déjeme en paz»... Pero aquí está... Hoy está de muy mal humor. Dice que desde esta
mañana la fuente de la sabiduría está envenenada y que los frutos del conocimiento son sacos
vacíos, engaños, ¿no? Se habrá usted fijado que estaba sentado sobre el manzano, rompía las
ramas muertas y quitaba las hojas secas. Muchas veces sus palabras confusas encierran mucho
sentido.
de Poemas de la locura de Friedrich Hölderin
No hay comentarios:
Publicar un comentario
éste es un blog que no obtiene beneficios económicos. Comentarios publicitarios abstenerse, gracias,,,