El mundo está agotado Cualquier similitud con la conocida
expresión “localidades agotadas” es puramente fortuita, una ficción que la
sintaxis insinúa. Cuando uno ve un letrero como ése en la taquilla de un cine o
un teatro, sabe inmediatamente que ya no queda espacio disponible, aquí, en
este edificio, y esta noche; y que debe cambiar sus planes para la velada.
Estas “localidades agotadas” son, sin embargo, sólo un pequeño espacio entre
muchos otros. Y en el momento en el que lee el cartel, uno está parado frente a
esa misma localidad que está agotada. Hay otros edificios a los que uno puede
ir; de hecho, si uno insiste en ingresar en esta “localidad”, es probable que
en otro momento le sea posible hacerlo.
Sin embargo, esto no resulta así en un “mundo agotado”, por
la simple razón de que il n’y a pas hors du monde… no hay un “afuera”, ni una
vía de escape, ni sitio para refugiarse, ni espacio para aislarse y ocultarse.
No hay ningún lugar en el que pueda afirmarse con un mínimo de certeza que uno
se encuentra chez soi, que es libre de vivir a su manera y perseguir sus
propias metas, y de no prestar atención al resto de las cosas, considerándolas
irrelevantes. La era que comenzó con la construcción de la Muralla China y la
de Adriano, y que terminó con el Muro de Berlín, está definitivamente cerrada.
En este espacio planetario global, ya no se puede trazar un límite tras el cual
pueda uno sentirse verdadera y absolutamente a salvo. Y esto es definitivo:
vale para hoy tanto como para cualquier futuro que podamos imaginarnos. Cada
sitio concebible que uno ocupe en un momento dado, o en el que pueda ubicarse
en otro, está indefectiblemente dentro del mundo, y destinado a permanecer en
su interior para siempre, se entienda por esto último lo que se entienda. En
este mundo agotado, somos todos residentes permanentes sin otro sitio a dónde
ir.
De ese agotamiento uno puede darse cuenta desde adentro. No
se trata simplemente de un nuevo producto del mercado de la información. Uno
siente ese agotamiento, lo vive a diario, y se haga lo que se haga, esa
experiencia del agotamiento no desaparecerá. Pobres de aquéllos que olviden
tenerla en cuenta, o en su jactancia sueñen con que podrán desentenderse de
ella. El despertar podría ser devastadoramente cruel, como lo fue el de la
mañana de un 11 de septiembre para aquellos neoyorquinos que quizás pensaban
que las cosas que ocurrían “allá afuera”, tras sus fronteras vigiladas, no
afectaban ni podían afectar su bienestar, que todos los lápices necesarios para
trazar el límite entre la buena y la mala suerte podían encontrarse de este
lado de la frontera y que muy pronto el escudo antimisiles más tecnológicamente
avanzado sellaría completa e infaliblemente esa frontera.
de la sociedad sitiada de Zygmunt Bauman
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