Y si la noche me escribe su reclamo alguna vez, si pregunta por qué no me desnudo ante su espejo, porque me dejo seducir por un sueño sin verdades, sin futuro, y si la noche me reclama un beso cargado de esperma y carcajadas, una mirada abrumadora, un quejico de macho satisfecho, y si cada gota, cada orgasmo, cada arañazo es parte de los ratos rotos, de los retos, de los ritos, de las rutas rotas de la noche, de la noche que me hostiga, y si los eclipses se niegan a nadar entre mis hijos paridos hacia el útero sediento, y si después de la pausa que aprieta los párpados de un latido sofocado ya no queda nada adentro, sólo la noche iracunda que me roza para herirme, sólo esa caricia hipócrita que le quita el ropaje a una arteria lúcida de escarcha y mareo, de gaviotas sin pararrayos ni guitarras, sin paracaídas ni pinceles, y si la noche, si la noche que me acosa viaja hacia un músculo deshabitado, sucio y maloliente, si le pide un suspiro, una palabra con las yemas entrenadas en el arte de amparar, una sílaba que arrecie con toda la miseria, una consonante o al menos una vocal armada contra el sabor dictatorial del abandono, y si la noche, si la noche que me juzga se niega a amanecer, a reciclarse entre los labios de una mañana tibia invadida por los pechos de una sombra, de esa sombra, de esa hembra que tiene un túnel para darme, un pasadizo secreto, un pasadizo a medias, un espacio regado de locura y vanidad, y miedo, y engaño, y placidez, y si mis líquidos piden el portazo de la noche, de la noche que me condena, el vaivén de sus valijas que se pudren sin destino, la queja que se aleja y se inflama de presencia, de decencia, de paz desencajada, de peces confundidos, y si no encuentro el reloj que desfigura lo invisible, si no puedo soplar un viento hambriento de otra piel, entonces, van a llegar los sicarios de la noche para hundir mis nudos y mis pasos, van a llegar los verdugos y me van a hacer llorar, me van a hacer rodar, me van a encadenar a cada trazo del deseo y a los yunques de un cuerpo que no luchó por nada, que no sangró por nadie, que dejó que la lujuria amaneciera con lágrimas, que eyaculara sus lágrimas en la pelvis de mi página cobarde.
Tiranía del desborde Vinciguerra 2009
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