Por accidente he pasado hoy la palma de mi mano por la
cabeza. La he palpado minuciosamente ahogado en un silencio perplejo. Me he
dado cuenta de que estaba rapado por completo. He deslizado con suavidad mi
mano por la frente, la nariz, la quijada. Me mojaron la angustia y los nervios
como la ola contra un acantilado: ¡había olvidado cómo era mi rostro! Caminé de
un lugar a otro con desesperación. Me busqué en el reflejo de una ventana
sucia, en el revés de una cuchara, en el brillo del marco de una puerta metálica.
Pero no me pude ver. Indescriptiblemente me carcomió la tristeza. Lloré
acurrucado en un rincón. No comprendí por qué no hay espejos en este lugar.
Digo palabras falsas con la cabeza clavada en mi pecho y mis
dedos entrelazados en la nuca: adentro soy yo y mi propia imagen. Adentro está
mi espejo. Pero mi espejo no tiene reflejo. Soy un hombre sin rostro.
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