Como si de tanto ser abril, abril se esfumara. Y yo, esa
mujer cansada, sin saber qué hacer con tanta huida, dónde esconder las armas
del exilio y la astucia. Al entrar, primero a un corredor y luego a un patio
cuadrado y generoso, alcanzo a ver al hombre que tal vez me enseñe a amar. Por
un beso, recogería ese umbral, ese cielo más hondo donde sueñan sus labios,
abrazaría mis lágrimas futuras, esta penosa vida que me avanza.
Pero no me detengo, el patio hierve: unos jóvenes corren, un
auto frena
en seco, rugen ametralladoras, la noche clandestina, hay un
algo de nupcias con fantasmas, de cita cantada. De pronto, dice una voz a mi
lado:
—Córrete para atrás que ahí viene la ciudad.
Veo que la ciudad se acerca y pasa por delante como si fuera
un río.
Una novia clara. Transcurre, de izquierda a derecha,
lentamente, con su perfil de almenas y de lumbre. Alborozada, me pregunto por
dónde he de cruzarla.
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