Riguroso silencio
Ella cantaba en riguroso silencio, cantaba en sueños
envuelta en las palabras que los sueños prestaban como guantes oscuros.
Empezaba otra vez todas las noches la misma canción: los
pasos torpes, los ojos dormidos, arrojada violenta, a contraviento, por la luz
exterior.
Ella fuera de la luz del mundo, ella sin casa sólo con un
guante para apretar gargantas de mudez. Ella sentada a la orilla de su canción,
como el pescador sobre el agua vacía.
Estructura de las casas
Dentro de un dedal había un salón de costura donde la abuela
bordaba rosas cuando era una niña obligada a quedarse del revés de la luz para
que no la distrajesen los ruidos del mundo.
Dentro de una foto del padre había un joven que regresaba a
las montañas cruzando campos ardidos por la guerra, y había cuerpos acabados de
fusilar pudriéndose en el fondo de las pupilas.
Detrás de un guante viejo había un hermano desaparecido, en
un pastillero vacío acechaba la locura; sobre los platos cascados comía una
familia sentada en torno de una mesa de roble; dentro de un cofre la madre
guardaba cartas de pretendientes, y con las cartas esperanza y pobreza y plumas
que avanzaban despacio sobre el papel rugoso de las vidas pasadas.
En tu historia había historias imposibles de limpiar y
cuartos cerrados que no se abrirían nunca porque las estructuras de las casas
son cajas chinas interminables y concéntricas y de la misma manera misteriosas.
de Esperan la mañana verde (1998)
La desapareciente
A las mujeres que me educaron, de quienes Leónie Duquet,
"desaparecida" hace veinte años, es hoy un símbolo. A las que siguen
dando testimonio.
Donde las estrellas se quiebran como vidrio pulverizado,
donde nada sino el idéntico relato del vacío que parte y vuelve sobre los
trenes desvencijados de la tierra, allí te pusiste a levantar tu casa pieza por
pieza como una miniatura de ladrillo para que jugaran con ella los inocentes,
allí empezaste a cantar una canción que abría una puerta al cielo y otra del
infierno para que salieran las almas de sus cárceles y se comunicaran tiniebla
y transparencia.
Allí te pusiste a esperar para que algo sanara, para que
algo creciera, para que algo viviera.
Ellos te decían que no: los que llevaban la materia más
segura de las ciudades pegada a los zapatos y regresaban a los giros del mundo.
Te decían que no.
Te señalaban con cabezas distantes borraban la memoria de tu casa entre calles de vértigo.
Pero esperabas, estabas esperando.
Y buscabas las trizas de la luz caída y regabas con ácido
las cenizas de los muertos por injusticia.
Una noche te vieron disuelta los pasajeros.
Estabas en la tierra estabas en el aire, estabas en el agua
estabas en el fuego.
Blanca te vieron en la ondulante claridad de todos los
colores.
Pero te hundieron debajo de las ruedas.
Cerraron las ventanas y cerraron las puertas y cerraron los
ojos.
Y les tendías los brazos desde lo impalpable pidiendo que lo
que fue no hubiese sido, reclamando al poder miserable y a todos los poderes, y
al que Es para siempre pero no puede pero no está salvo en los sueños de los
hombres.
Y rezabas para que algo sanara para que algo creciera para
que algo que viviera, para que el tiempo aprendiese a restañar y a retroceder.
Por el día de resurrección por el día de gloria por el día
de cuerpos reconstruídos, arrojando tus rosas de ácido contra las puertas
sordas de los trenes, tus rosas de ácido contra las puertas cerradas del
paraíso.
de esperan la mañana verde (1998)
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