Sí, lo rocé con el hombro, se
cayó y se hizo mierda -dije-; mamá miraba desde el sillón, entreverada en la
oscuridad del comedor, sonriendo con los ojos.
-Ahora, a bancarse los siete años
de mala suerte- y eché una risa de dos sílabas torciendo la boca a lo Sean
Connery, suponiendo que ella me veía hermoso. Le pregunté si quería un té y
asintió con la cabeza.
En la cocina, esperando la
rebelión del agua sobre el fuego, un temor desconocido, un vértigo infantil,
una duda agobiante... todo se mezcló en una detención brusca de mí mismo. Como
si despertara, encaré hacia el comedor con la taza dibujando dos líneas de
vapor en la penumbra; iba resuelto a inclinarme sobre el sillón de mimbre y a
guardarme ese olorperfume irrepetible y abrazarla y apretarla demasiado -yo lo
hacía como un juego- hasta que soltara una carcajadita adolorida-, a sentir el
roce del pelo un poco crespo en mi cara y si me animaba, hasta le iba a decir
"te quiero" arrastrando las letras como un bobo.
Pero ya no estaba. Se había ido
con el vapor del té.
Bellísimo, Alicia.
ResponderEliminarGracias.
Tana Pasquini-