17 de abril de 2008
Esta tarde mi nieta Sol Belén, aprovechando un hueco ocioso
en mi día, espontáneamente me alcanzó un libro de mis estantes (es pretencioso
llamarlos Biblioteca; la mía, si existe, vive diseminada en las casas de amigos
y en estantes y cajas) y me dijo en una jugada maestra apurando el momento del
juego en el que -sin saberlo- ya estaba involucrada: "Señora ¿qué se va a
servir? Abrí el libro ("Trilce" de Vallejo) y en la primer hoja decía
con mi letra: "Sarita: Me lo regalaste vos el 29-12-93 ¡Gracias!".
Sarita es una amiga que fue a fundirse con el polvo de las estrellas hace ya
muchos años. No olvidé a Sarita, ni a Vallejo, ni que es el preferido de mi
hija Paula, ni que hoy -17-04- es el día de tu partida, papá. Pero todo fue un
solo evento en ese instante en que Vallejo me decía:
...Aguardemos así, obedientes y sin más
remedio, la vuelta, el desagravio
de los mayores siempre delanteros
dejándonos en casa a los pequeños,
como si tambien nosotros
no pudiésemos partir...
las cuatro paredes
Oh las cuatro paredes de la celda.
Ah las cuatro paredes albicantes
que sin remedio dan al mismo número.
Criadero de nervios, mala brecha,
por sus cuatro rincones cómo arranca
las diarias aherrojadas extremidades.
Amorosa llavera de innumerables llaves,
si estuvieras aquí,
si vieras hasta qué hora son cuatro estas paredes.
Contra ellas seríamos contigo,
los dos, más dos que nunca.
Y ni lloraras, di, libertadora!
Ah las paredes de la celda.
De ellas me duele entretanto
más las dos largas que tienen esta noche
algo de madres que ya muertas
llevan por bromurados declives,
a un niño de la mano cada una
Y sólo yo me voy quedando,
con la diestra, que hace por ambas manos, en alto,
en busca de terciario brazo que ha de pupilar,
entre mi dónde y mi cuándo,
esta mayoría inválida de hombre.
los heraldos negros
los heraldos negros
Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma... Yo no sé!
Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.
Son las caídas hondas de los Cristos del alma,
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.
Y el hombre... Pobre... pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.
Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé
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