...El hombre encorvado encima de su moto no puede concentrarse sino en el instante presente de su vuelo; se aferra a un fragmento de tiempo desgajado del pasado y del porvenir; ha sido arrancado a la continuidad del tiempo; está fuera del tiempo; dicho de otra manera, está en estado de éxtasis; en este estado no sabe nada de su edad, nada de su mujer, nada de sus hijos, nada de sus preocupaciones y, por lo tanto, no tiene miedo, porque la fuente del miedo está en el porvenir, y el que se libera del porvenir no tiene nada que temer. La velocidad es la forma de éxtasis que la revolución técnica ha brindado al hombre. Contrariamente al que va en moto, el que corre a pié está siempre presente en su cuerpo, permanentemente obligado a pensar en sus ampollas, en su jadeo; cuando corre siente su peso, su edad, consciente más que nunca de sí mismo y del tiempo de su vida. Todo cambia cuando el hombre delega la facultad de ser veloz a una máquina: a partir de entonces, su propio cuerpo queda fuera del juego y se entrega a una velocidad que es incorporal, inmaterial, pura velocidad, velocidad en sí misma, velocidad éxtasis. Curiosa alianza: la fría impersonalidad de la técnica y el fuego del éxtasis. Recuerdo una norteamericana que me dio una lección (gélidamente teórica) sobre la liberación sexual; la palabra más recurrente en su discurso era la palabra "orgasmo": el utilitarismo puritano proyectado en la vida sexual; la eficacia contra la ociosidad; la reducción del coito a un obstáculo que hay que superar lo más rápidamente posible para alcanzar una explosión extática, única meta verdadera del amor y el universo...
...Hay un vínculo secreto entre la lentitud y la memoria, entre la velocidad y el olvido. Evoquemos una situación de lo más trivial: un hombre camina por la calle. De pronto quiere recordar algo, pero el recuerdo se le escapa. En ese momento, mecánicamente, afloja el paso. Por el contrario, alguien que intenta olvidar un incidente penoso que acaba de ocurrirle acelera el paso sin darse cuenta, como si quisiera alejarse rápido de lo que, en el tiempo, se encuentra aún demasiado cercano a él. En la matemática existencial, esta experiencia adquiere la forma de dos ecuaciones elementales: "el grado de lentitud es directamente proporcional a la intensidad de la memoria, el grado de velocidad es directamente proporcional a la intensidad del olvido"
la lentitud
la lentitud
...cuando el asalto de la fealdad se vuelva completamente
insoportable, compraré en la florería un nomeolvides, un único nomeolvides, ese
delgado tallo con una florcita azul en miniatura, saldré con él a la calle y lo
sostendré delante de la cara con la vista fija en él para no ver más que ese
hermoso punto azul, para verlo como lo último que quiero conservar para mí y
para mis ojos de un mundo al que he dejado de querer. Iré así por las calles de
París, la gente comenzará pronto a conocerme, los niños irán corriendo
...
había abierto la ventana y puesto la música a toda potencia
para que la severa belleza de Bach sonara como una amenazadora advertencia a un
mundo que ha elegido el mal camino
la inmortalidad
Por supuesto, todos los artistas modernos conocieron la
incomprensión y el odio; pero estaban al mismo tiempo rodeados de discípulos,
teóricos, ejecutantes que los defendían y, desde el principio, imponían la
auténtica concepción de su arte. En Brno, en una provincia en la que pasó toda
su vida, Janácek también tenía a sus fieles, ejecutantes con frecuencia
admirables (el Cuarteto Janácek fue uno de los últimos herederos de esta
tradición), pero su influencia era demasiado débil. Desde los primeros años del
siglo, la musicología oficial checa arrojó sobre él su desdén. A los ideólogos
nacionales, que no conocían en música a otros dioses que Smetana, otras leyes
que las smetanescas, les imtaba su alteridad. El papa de la musicología
praguense, el profesor Nejedly, que pasó a ser al final de su vida, en 1948,
ministro y omnipotente amo de la cultura en la Checoslovaquia estalinizada, no
conservaba, en su belicosa senilidad, más que dos grandes pasiones: venerar a
Smetana, execrar a Janácek. El único apoyo que Janácek obtuvo en toda su vida
fue el de Max Brod; al traducir éste, entre 1918 y 1928, todas sus óperas al
alemán, les abrió las fronteras y las liberó del poder ejecutivo de la celosa
familia. En 1924, Brod escribió su monografía, la primera que se le dedicó;
pero Brod no era checo, de modo que la primera monografía janacekiana es
alemana. La segunda es francesa, publicada en París en 1930. Sólo treinta y
nueve años después de la de Brod vio la luz su primera monografía completa en
checo4. Franz Kafka comparó la lucha de Brod a favor de Janácek a la
anteriormente librada en favor de Dreyfus. Sorprendente comparación que revela
el grado de hostilidad que se abatió sobre Janácek en su país. Obstinadamente,
el Teatro Nacional de Praga se negó, entre 1903 y 1916, a montar su primera
ópera, Jenufa. En Dublín, en la misma época, entre 1905 y 1914, sus
compatriotas rechazan el primer libro en prosa de Joyce, Dublineses, e incluso
queman las pruebas de imprenta en 1912. La historia de Janácek se distingue de
la de Joyce por la
perversidad del desenlace: fue obligado a ver el estreno de
Jenufa dirigido por el director de orquesta que durante catorce años lo había
rechazado, que durante catorce años no había manifestado más que desprecio por
su música. Se vio obligado a mostrarse agradecido. A partir de esta humillante
victoria (la partitura, recordémoslo, quedó embadurnada de correcciones en
rojo, de tachaduras, de añadidos), terminó, en Bohemia, por ser tolerado. Digo:
tolerado. Si una familia no consigue aniquilar al hijo malquerido, lo rebaja
mediante una indulgencia maternal. El discurso corriente en Bohemia, y que dice
estar a su favor, le arranca del contexto de la música moderna y lo amuralla en
la problemática localista: pasión por el folclore, patriotismo moravo,
admiración por la Mujer, la Naturaleza, Rusia, lo eslavo y otras jerigonzas.
Familia, os odio. Ninguno de sus compatriotas ha escrito hasta hoy ningún
importante estudio musicológico analizando la novedad estética de su obra.
Ninguna escuela influyente de la interpretación janacekiana ha podido hacer
inteligible al mundo su extraña estética. Ninguna estrategia para dar a conocer
su música. Ninguna edición completa en discos de su obra. Ninguna edición
completa de sus escritos teóricos y críticos.
Y, sin embargo, esa pequeña nación jamás ha tenido un
artista más grande que él.
Dejémoslo. Pienso en la última década de su vida: su país
independiente, su música finalmente aplaudida, él mismo amado por una mujer;
sus obras pasan a ser cada vez más audaces, libres, alegres. Vejez picassiana.
En el verano de 1928, su amada, acompañada de sus dos hijos, va a verle a su
pequeña casa de campo. Los niños se pierden en el bosque, él parte en su busca,
corre por todas partes, se enfría, cae víctima de una neumonía, es llevado al
hospital y, pocos días después, muere. Ella está allí, a su lado. Desde los
catorce años, oigo murmurar que murió haciendo el amor en su cama de hospital.
Poco verosímil, pero, como solía decir Hemingway, más verdadero que la verdad.
¿Qué otra culminación para esta desencadenada euforia que fue su edad tardía?
Los testamentos traicionados – 1992
En el momento de tomar la decisión que cambiará su vida,
Tomás, el protagonista de esta novela, repite en voz baja imitando la melodía
de Beethoven: "Muss es sein? Ja, es muss sein!
"...La última frase del último cuarteto de Beethoven
está escrita sobre estos dos motivos: Muss es sein? Es must sein! Es must sein!
(¿Tiene que ser? ¡Tiene que ser! ¡Tiene que ser!). Para que el sentido de estas
palabras quedase del todo claro, Beethoven encabezó toda la frase final con las
siguientes palabras: Der schwer gefasste Entschluss (una decisión de peso).
Para Beethoven el peso era evidentemente algo positivo "Der Schwer efasste
Entschluss" va unida a la voz del destino: "Es muss sein"; el
peso, la necesidad y el valor son tres conceptos internamente unidos: sólo
aquello que es necesario, tiene peso, solo aquello que tiene peso, vale.
Esta convicción nació de la música de Beethoven y, aunque es
posible que sus autores hayan sido más bien los comentaristas de Beethoven y no
el propio compositor, hoy la compartimos casi todos: la grandeza del hombre
consiste en cargar con su destino...
Pero:
...La verdadera historia del famoso motivo "muss es
sein" es la siguiente: Cierto señor Dembscher le debía a Beethoven
cincuenta marcos y el compositor se los reclamó: Muss es sein?" suspiró
desolado el señor Dembscher y Beethoven se echó a reir alegremente: "Es
muss sein"; inmediatamente anotó aquellas palabras y su melodía y compuso
sobre aquel motivo una pequeña composición para cuatro voces: tres voces cantan
"es muss sein, es muss sein, ja, ja, ja", y la tercera voz añade:
"heraus mit dem Beutel" (saca el monedero)"
La insoportable levedad del ser
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