Segura de mi andar despreocupado,
creí que bastaba vivir para hacer míos
el alivio de los árboles y los claroscuros del parral.
Que la algarabía de los pájaros, siempre,
perseguiría la inocencia de mi paso.
Que el insistente sol en los postigos
nunca dejaba de mitigar la oscuridad.
Que el aroma del pan tostado por otras manos,
infaltable, despertaría mis mañanas
como preludio de comienzo.
Que todo estaba quieto; aun en los afectos.
Hoy amaso mi pan y construyo, día a día,
la sombra de mis árboles.
Alimento a los pájaros que quiero ver volar
bajo los claroscuros de este parral nuevo
y descubro que,
hasta la quietud del agua que me refleja,
inexorable, cotidiana, cada vez diferente,
también depende de mí.
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