...Sé que me merodeó durante toda la noche. Buscaba algo de mí. Quizás mi rostro, o mis manos para que lo curara. No tenía nada para él. No lo quería, era un extraño, no lo quería amigo. Mi crisálida me guardaba bien. La oscuridad me protegía de sus ojos seguramente acuosos, acuosos como el mar. Estaría amaneciendo y ya no podía dormir. La culpa volvió a iluminar mis pasos.
Desde que me habían secuestrado, en lo más recóndito de mi ser, pensaba que me lo merecía. Cada golpe lo aguanté con fuerza, no con dignidad, porque sabía que había algo que estaba mal: mi soberbia. Esa espantosa tranquilidad -me espantaba a mí- con la que encaraba la vida cotidiana, como si estuviera de vuelta de un camino inexistente o nunca abierto. El último tiempo mis días se habían transformado en una serie de actos cobardes. No emprendía nada para no fracasar, no decía nada para que no se me malinterpretara, no mostraba mi cuerpo para que nadie lo incendiase. Me había enojado en serio. Me había parado en la punta del monte nietzscheano y criticaba, -siempre en silencio-, los consabidos defectos de la humanidad.
Cuándo empezó ésto? Podría pensar en la vejez, pero no deseaba la juventud, ni su inocencia, ni su alegría, ni la piel sin arrugas. No competía con mis hijas porque sus novios eran muy jóvenes. No quería niños chicos.
Sí quería amor pero no sabía cómo. Estaba segura -aunque no lo sentía en la sangre ahora- que el amor hace ver todo diferente. Amaba saber, amaba enseñar, pero a esas dos cosas les faltaba un hilo conductor, un hilo a tierra, o un hilo al cielo.
Me revolvía en mi cucha. Encima este tipo hablaba alemán. Porque quizás yo hubiera querido hablar con él sobre el dolor en la boca y en las costillas, de la dictadura y sus secuelas. También, si él no era de esos pensadores políticos -era muy probable-, le contaría como una aventura cómo me subieron al auto, como me golpearon. Oh, sí hasta nos habríamos reído de la equivocación. ¡¡Miriam Aguirre!!, ¡¡qué carajo hiciste con ese oro!! Pero no estaba para comunicarme con él.
Hacía mucho que la gente me parecía extraña. Cada vez me consideraba más un bicho raro, fuera de este mundo, incomprendida, alejada de sus pares, de otra raza, de otra especie, de otro planeta...
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