Mi sangre ya está cansada, mis dedos ya no pueden sostener
el nuevo lápiz de tinta que me ha mandado mi papá. Mi madre que está también
cansada, ella de tanto trabajar, sólo puede ser avizorada por mi débil mirada a
través de una pequeña ventanilla que una enfermera piadosa abre transgrediendo
las reglas rigurosas de las monjas del hospital. Sé, con la conciencia que me
dan mis diecisiete años que mucho tiempo más no podré resistir las transfusiones de sangre que los médicos
realizan a diario. No hay esperanza de cura para
mi anemia perniciosa.
Y cada día que pasa el efecto revitalizante es menor. No me dura la fuerza
inyectada desde el exterior más que un par de horas, en las que puedo sentarme
en la cama, bajar las piernas y moverlas, mientras trazo en la libreta las
últimas páginas de un cuento que, espero, no quede inconcluso. Será para papá,
a quien recuerdo buscando conmigo las palabras precisas para que la narración
quede armoniosa y el argumento resulte interesante o fantástico al jurado del
concurso literario. No he podido aún terminar de leer los cuentos de Calleja
que obtuve como premio en el concurso del año pasado. Extraño a Juan, mi
hermano tan responsable como no lo es papá, y a su juicio siempre justo que
protesta por tener que buscar al viejo del boliche donde copas van copas vienen
lo hacen parecer estar de juerga permanente, aunque sé que eso no es así.
No quisiera
tener que irme. Tengo tantas cosas que escribir todavía y me faltan fuerzas
para hacerlo. Siento que las palabras que acuden a mi mente no tienen manos con
vigor para trazar mi relato. Hago un importante esfuerzo cerebral para
retenerlas hasta que encuentre un modo de registrarlas. La vista se me fija en
mi madre con la potencia de un ruego que, todos saben, nadie puede cumplir en
este mundo. Sus ojos celestes cielo se ofrecen como la única o última esperanza
de amor en este momento en que las palabras se acolchonan en la mente y una
sensación de sopor profunda mi inunda el cerebro, que parece desasirse y la
difusa y lejana luz de la ventana atrae mi mente como un imán que con
fuerza va despegándola del cuerpo hasta
dejarlo allí, en esa fría cama de hospital.
Fragmento de “Con ciencia de nada” - novela de María Margarita Jouve, Editorial
Serapis, 2009
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