martes, 11 de noviembre de 2014

a mansalva - Sandra Pasquini

…la poeta parece acostarse con la muerte en un movimiento circular en el que un dios la salva en cada poema para arrojarla nuevamente en sus brazos. Una y otra vez emerge para tomar aire y vuelve a zambullirse.
Es la palabra la que celebra el conjuro, y Sandra Pasquini está siempre presente para pronunciarla.

Su poesía prolífera y visceral salta como una tigresa herida:
desde la chienne a la madre: sangra con el hijo amortajado colgando    entre las piernas.
Se hermana en el sufrimiento de la amiga enferma:  adivino lo que cabe entre tus gestos (…)y quiero soldarme a cada uno de tus huesos. Abre a nuestros ojos los tatuajes del amor: Ahora que la noche dibuja/en el flanco enardecido de tu cuerpo/filigranas con la sangre de mi herida.
Halla al padre:...y los bulevares se bifurcaban como nubes en el azul tremendo de sus ojos.

Cuando Dios aparta la mirada/y desvía el curso de las cosas:

es ella la celadora de sus muertos, unas veces en la plenitud del don, otras valiéndose de las sobras que quedan después del banquete, de la depredación, de la voracidad con que el mundo fagocita a sus vasallos,
es ella la que vislumbra la amenaza latente: como si la boca del mundo quisiera cerrarse una vez más sobre nosotros...


Sandra Pasquini usa la palabra como un puñal con el que abre heridas en el alma y las muestra al mundo. Tajos de literatura, eso produce la poesía de Sandra, no tiene piedad con la ferocidad de las frases, exorciza todos los demonios sin temor. A Mansalva deshace el universo y lo reconstruye a su antojo, con sobrado talento y una fe ciega en poder ofrecer al lector, imágenes poderosas. Los poemas que componen A Mansalva son fotogramas, cuadros exactos que no dan respiro al lector, lo mantienen alerta y deseando por más. Pasquini articula la belleza, el amor, la violencia y la muerte de forma tal que los convierte en “monstruos”, no una caricatura, sino criaturas deformes por necesidad y no elección. Las metáforas con usadas como una daga de doble filo que abre surcos en el lector, dejándolo tambaleante entre el placer y el asombro. Pasquini maneja, como nadie, el lenguaje del dolor, las vocales de la violencia y el sílaba por sílaba de la muerte. No le gusta la liviandad de la poesía, por el contrario Sandra se asume como poeta vehemente, corriendo en el abismo de los tiempos sin cordel de seguridad, libre pero comprometida. En A Mansalva la muerte cobra vida y el dolor luce con las mejores galas. Cuando Sandra habla de sangre, los lectores sentimos el líquido viscoso recorriendo los dedos. Ella no sólo habla de los muertos, también aúlla por ellos, conociendo la voz de la muerte, sin temor, orgullosa, Sandra, de poder conocer esos códigos. Pasquini funda sobre los cimientos de la literatura moderna, una forma de poema tan propia como única, que lacera, estimula, soprende. Para suerte de todos, cuando uno termina de leer A Mansalva, el mundo no vuelve a ser el mismo, la poesía tampoco. Marcelo Rubio


1-

Caigo desnuda de su boca
tumbada sobre el rastrojo de mis muertos
animales que cortan el aire de tu aliento
vienen en la noche
cuando las lámparas apagan su destello
pueden tornar sobre la herida
reiterar perpetuamente el tajo
para decir el hambre con los ojos
el coagulo negro que oscurece la pupila
el deseo invertebrado lamiendo las costillas
todos los nombres se repiten
el tuyo siempre amortajado
el lecho extinto de algún río
el contrapunto de tus labios
volver así sobre los pasos
a instancia del vacío
ahora que otra voz nombra todo lo acabado.

5-


¿Cómo entra la muerte así por la ventana?
con su pulmón de fango
degollando la madrugada
con su avidez de tragaluz
con el hijo amortajado colgando entre las piernas
ahora viene
de Agosto imperturbable
avanza
con un ramo de fuego  sobre el pecho
con su medio cuerpo de loba
desbaratada
enciende las quemaduras de la noche
finge ceguera de cíclope
guarecida en tu osamenta
escarba palabras para decir el ataúd que te nombra
enardecida
abandona tu rostro en los espejos.

7-

Cuando mi Padre dice agua quiere decir sombra
dice pan para decir boca
tiembla y sus piernas se doblan como las de una marioneta
cuando mi Padre me mira con su mirada hueca
con sus terribles cuencas vacías
-no es a mí- es al mundo a quien mira
eleva el aliento mi Padre para decir la nada
y los bulevares se bifurcaban como nubes en el azul tremendo de sus ojos
todo lo envuelve en su fuego
ojos de jade pulido
atado de pies y manos a una cama
como un cristo postrado en su colchón de olvidos
fabula mi Padre fantásticas visiones y ríe como un niño
cuando mi Padre dice -hija- un yunque brutal cae de sus labios
confirma la sed y los abismos
duerme con la muerte apretada contra el cuerpo
como restos de fotografías calcinadas
ríe mi Padre como un recién llegado
deambula en el recuerdo por los corredores de la infancia
cambia de nombre
de ciudad
de padres
y de hija
me despierta a media madrugada aullando
dice que se quema
que sus huesos se queman
que todo el es una inmensa llamarada
llora acurrucado como un niño
ruge como un desesperado
el dolor lo va abrasando
va tallando su agonía
cuando mi Padre dice muerte quiere decir -cuerva horadando-
costado roto por sus filos
todo él es como una cuadriga adormecida con venenos
sostenido por las pinzas del letargo
brota la voz de mi Padre como volutas negras hacia el cielo
se arranca con las uñas la palabra que lo atora
siente como el tiempo le trepana la osamenta
cuenta los silencios y las pausas del jadeo
languidece mi Padre en lo sagrado
y dice -la putrefacción no es más que un hecho-
y es que lentamente va sabiéndose cadáver.

de A Mansalva - Textos Intrusos, 2014


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