"Claro está!...
Ni él ni ella
saben
lamerse solos las heridas"
dijo Dios,
con una mínima sonrisa,
los ojos empapados
y la lengua ensangrentada.
Nadie sabe aún
si era de ellos
o de él mismo
ese rojo inconfundible.
Solo sé
que a veces
lo escucho
aullando como un perro.
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