A la orilla de un río
Se disparó en la sien a la orilla de un río.
Se volteó bruscamente y cayó sobre el pasto. Antes había
susurrado
lo que consideró su último grito, su redención, su clamor
definitivo.
Pero nadie lo escuchó (y no es lo que quería), nadie acudió
para salvarlo.
Al principio
fue desesperante; se hundió con ranas y lombrices
que atacaron su piel. Descubrió sus dedos pegajosos mientras
el hedor
agotaba su cerebro. El pantano se hizo oscuro y la hierba húmeda
se desvaneció en un suave, hipnótico e infernal silbido.
Luego sintió
en su cuerpo la caricia de la lluvia
“es como
permanecer abrazado a ella”, pensó.
Y se rodeó de
tinieblas.
En el desastre y el
desierto
He visto a Angélica tallando lo divino
en las tablas
ignoradas de otra Ley,
inyectándole a mi rostro
el lado amable de la vida,
esculpiendo su femineidad
en el más dulce de los sueños.
He visto a Angélica tras su mirada
(sus ojos de luz verde tras azules incendios),
he estado a solas con su alma en el desastre y el desierto
en un brilloso testimonio de lo
imperecedero.
Intemperie cotidiana
Yamila enseña en un silencio
el difícil evangelio de la Salvación.
La vieja y trágica sabiduría
del no importa.
Puedo evocar su esencia
para vencer la muerte sigilosa
y su intemperie
cotidiana.
Para aliviar un llanto contenido.
Para ignorar a los envilecidos
por delirios de
espuma.
Porque ella desempolva dulcemente
la flor de la inocencia
y revela su
secreta familiaridad
con las criaturas inasibles del rocío.
Música y ofrenda
Un día a la vez y todos y todas en hileras
los grises ejércitos urbanos cumplen con el miedo
cuando la humanidad vale un bostezo y una lágrima.
Cada día es un ahora que se estira
en la medición equivocada que es el tiempo
y yo una música una ofrenda para nadie
cuando la más compleja trama entre lo permanente
y lo fugaz y lo inefable.
Para entreabrir las
sombras
Princesa en tu reino
a la deriva
en el océano del
momento,
huye de aquellos que
te ven
y no se sienten
vulnerables;
de los maldecidos
por el cuervo de la negación,
de los anclados en
la frágil envoltura
de las apariencias.
Huye de aquellos que
te roen el porvenir
en los huesos del
presente.
Tus manos sirven
para entreabrir las sombras.
Te pido que
recuerdes
que una caricia
basta
para multiplicar un
huracán
de
mariposas.
El aire dulce
de diciembre.
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